Otra vez el Sindicato de Burócratas está al borde del incendio.
En un pleito interno, viejo, repetitivo, de esos que huelen a poder rancio, el problema tiene nombre y apellido: Jhovanni Oliver Gallo.
El líder que iba a cambiar todo, ahora, pese a firmar acuerdos con la Secretaría de Gobernación, decidió cerrar el paso a quienes podrían competirle a sus gallos.
Lo grave no es solo que le negó el registro a aspirantes inventándose “artículos” del estatuto., sino que lleva semanas jugando con cerrojos, cercos metálicos, listas rasuradas y asambleas reventadas.
Ahora, con el nuevo proceso, vuelve a ponerle candados. ¿El resultado? Una crisis que podría terminar —otra vez— en los tribunales laborales.
El tesoro
Cuando los líderes se pelean por el botín, la base trabajadora es la que paga las consecuencias.
Si este conflicto se judicializa, pueden pasar años —como ya ocurrió— de más de 3600 trabajadores sin aumentos, sin revisiones, sin defensa real.
El archivo de pleitos sindicales abandonados en el Tribunal de Arbitraje es más grueso que cualquier expediente del propio sindicato.
Y cuando el conflicto se pudre ahí, el trabajador queda amarrado mientras los dirigentes cambian de bando, de discurso y de padrinos.
El regreso de Vicky
Por si fuera poco, aparece en escena Virginia Meza, antigua secretaria general que salió de su administración entre señalamientos y reclamos.
Ahora, sorpresivamente, se lanza contra Oliver… cuando fue ella quien lo heredó al cargo.
Hoy lo acusa de emitir una convocatoria a modo.
Qué ironía: quienes inventaron el sistema ahora se quejan de que funciona demasiado bien.
La pelea entre Meza y Oliver al parecer es a una guerra por recuperar control, cuotas y estructuras internas.
Una pugna entre dos viejos amigos que pareciera hoy están tan fracturados que ya ni siquiera pueden mantener la simulación de unidad.
La ruina
Mientras tanto, el sindicato se dirige directo al precipicio: registros bloqueados, reglas cambiadas sobre la marcha, comicios que huelen a litigios desde antes de arrancar.
Cada paso está diseñado para generar impugnaciones… y todos saben lo que eso significa: años sin avances para los más de 3 mil trabajadores que deberían tener aumentos y revisiones puntuales, no procesos eternos atorados en un escritorio judicial.
La pregunta es simple: ¿cuántas veces más tendrá que pagar la base por las ambiciones de unos cuantos?
Porque si esto sigue igual, el sindicato no solo perderá legitimidad: perderá la razón de existir.
La realidad es que no hay liderazgo, solo operadores aferrados a sus sillas.
El sindicato está otra vez al borde del caos. Y la base… otra vez al fondo de la fila.
Tiempo al tiempo.
Pasarela
JORGE CASTILLO


