La nación se sume a diario cada vez más en la histeria poselectoral. Pero no es la etapa de ‘restauración’ el detonante de la crisis mexicana; apostaría a que, ni siquiera, la partidización del Estado y, por tanto, de la democracia y de la política per se son causantes de la gran problemática sociopolítica del país.
Ni el modelo orwelliano ni el de Huxley, en ‘Un mundo feliz’, detallan certeramente a la sociedad mexicana contemporánea. Incluso en la ficción, México aparece como un país plenamente extrapolado: hay quienes prefieren la zona de confort manifestada en la violencia como una manera represiva del Estado; hay quienes la prefieren en lo somático, en la falsa felicidad disfrazada de progreso.
En el subconsciente del mexicano están bien implantadas las connotaciones positivas como la felicidad y el éxtasis; más importante, en el inconsciente de los connacionales subyace la violencia y la represión, son estas las condiciones que impiden al mexicano hallar la fe de un futuro esperanzador en un mar de crímenes, impunidad y corrupción.
Encuesta de salida @Mitofsky_group #MéxicoDecide @NTelevisa_com Elección presidencial. pic.twitter.com/jtMV6McaRW
— Carlos Loret de Mola (@CarlosLoret) July 2, 2018
México se presenta como la ‘sociedad del cansancio’, modelo arquetípico; como el contexto del desgaste inacabable o como el eterno castigo de Sísifo; reina el absurdo, la desolación de saber perdido todo. La culpa de la derrota no es del mexicano, pero se encuentra en México. Repartir culpas es la salida más fácil ante el cúmulo de problemas sin resolver.
No es, entonces, una cuestión política y una crisis poselectoral: la problemática de la nación se arraiga en la idiosincrasia de sus habitantes, la apatía es casi un referente cultural.
Parece imposible contrarrestar esta euforia cuando el mediatismo –por no ocupar el término ‘Aparato Ideológico’, que me parece impreciso– no subleva al mexicano; tras años y años de constante represión y violencia, ahora son ellos mismos quienes desean permanecer en el suelo.