La Mariposa Naranja
Arianna Cos
En la edición del 2 de diciembre se abordó el tipo de violencia sexual. Ahora toca el turno de escribir sobre la violencia física.
Durante siglos se creyó que era la única que existía y de hecho, se aprobaba que fuera ejercida por parte del varón hacia la mujer, ya fuera el marido, el papá, el hermano, el abuelo o el tío.
Sobre todo si era el esposo, ya que al considerarse a la mujer como pertenencia pues entonces era totalmente válido que aquel hiciera con su pareja lo que quisiera.
Por supuesto la mujer se tenía que callar y aguantar todo tipo de maltrato sin derecho a queja ni protesta. Desgraciadamente, aún en pleno siglo XXI, continúa imperando esta tradición en muchas familias.
Violencia física: implica el uso de la fuerza para dañar a la mujer con todo tipo de acciones como empujones, jaloneos, pellizcos, rasguños, golpes, bofetadas, patadas y aislamiento.
El agresor puede utilizar su propio cuerpo o utilizar algún otro objeto, arma o sustancia para lograr sus propósitos. Sea de manera intencional y recurrente busca controlar, sujetar, inmovilizar y causar daño en la integridad física de la persona.
Esta forma de maltrato ocurre con menor frecuencia que la violencia psicológica, pero al ser visible por dejar marcas físicas da la apariencia de que es la más común.
Les compartiré una historia que nos muestra cómo la violencia comienza en el noviazgo; cómo por más que se ame a la pareja y se tenga la esperanza de que cambie y deje de ser violenta, es mejor alejarse a tiempo desde la primera agresión.
La historia de Maggie
Recuerdo que cuando era pequeña mi padre solía tomar mucho; cada vez que lo hacía nos pegaba y humillaba hasta cansarse.
En la adolescencia entré al mundo de las drogas pero logré salir; ahí conocí al padre de mi hija quien también se drogaba.
Nos dejamos de tratar muchos años y al volver a vernos recuerdo que se portó como todo un caballero, encantador, guapo, simpático, alegre y muy atento; al ver ese cambio acepté iniciar nuevamente una relación.
Estaba tan enamorada que para mí ¡era perfecto!… Tiempo después, el noviazgo cambió ya que si yo trabajaba él se molestaba conmigo.
Un día lo invité a una fiesta del pueblo de mi papá donde se puso a beber y se tornó más agresivo que de costumbre, pues en el zócalo me comenzó a pegar, me tiró al suelo y me arrastró por todas partes hasta que me soltó y me pude ir corriendo.
Mi familia me advirtió que no era un buen hombre, pero yo estaba tan enamorada que no quería creer lo que me decían. Cuando le pregunté que por qué me había agredido así, él respondió que no sabía qué había pasado, que no había sido él, ya que estaba muy tomado.
Quedé embarazada y al saberlo se puso muy feliz. Durante los primeros meses no me golpeaba, pero si me agredía de manera verbal y me prohibía trabajar.
Cierto día fui a verlo a casa de su mamá y me comenzó a agredir por llegar tarde; como no me dejé y le respondí me comenzó a golpear en los brazos y en la cara hasta causarme un derrame en el ojo.
Su madre me culpó a mí, ya que según ella yo siempre iba a provocarlo. Mi familia me volvió a decir que lo dejara, que no me convenía, pero nunca hice caso; siempre lo perdoné porque lo amaba.
Cuando nació nuestra hija se portó muy lindo con ella; me propuso que nos casáramos, pero no acepté. Tiempo después me pidió vivir con él y accedí pues me amenazaba con dejarme por otra mujer. Siempre fue muy agresivo conmigo.
Con el paso del tiempo cada vez se ponía más violento, me golpeaba y me humillaba así como a mi hija; recuerdo cómo nos correteaba con el cuchillo por toda la casa; vivíamos siempre con miedo. Incluso llegó a golpear muy feo a su mamá.
Un día comenzó a golpearme y decidí irme y denunciar. La patrulla lo detuvo pero él me pidió perdón y que volviera con él; acepté con la condición de que su madre se fuera de la casa.
Ahí la violencia fue peor; él se puso muy mal porque la extrañaba. Una tarde comenzó a tomar con familiares; como yo le había dado permiso a mi hija de salir a una fiesta él se molestó y cuando nos quedamos solos comenzó a golpearme y arrastrarme diciendo que no era nadie para dar permisos.
Intenté soltarme mordiéndolo pero me llevó a la cocina para enterrarme un cuchillo; como pude me zafé pero alcanzó a cortarme el dedo; corrí a casa de una amiga y ella me dijo que me saliera de ahí, que era injusto para mi hija y para mí.
Decidí volver a denunciar. Solo estuvo en el Cereso 4 días, ya que le otorgué el perdón a cambio de la casa, pero sin volver con él.
Me costó mucho trabajo superar lo que viví. Comencé a tomar terapias y a acudir a un grupo de autoayuda para mujeres que han vivido violencia.
Ahora sé que ningún hombre debe ni puede maltratarme de ninguna manera.
Hoy conozco el valor que tengo como persona y soy feliz con mi hija, quien ya no ve esos enfrentamientos violentos y vive sana.
Nos leemos.
Twitter: @aricos127